Esperanza eterna en un mundo de gobiernos y poderes temporales
En los últimos años, especialmente con la reciente elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, muchos cristianos se han sentido atraídos por la idea de un gobierno que defienda los valores cristianos. Pero esa sensación de seguridad levanta una pregunta esencial: ¿hasta qué punto la Iglesia debe asociarse a sistemas políticos, especialmente en una época cuando tantos suspiran por un gobierno religioso?
La Biblia, especialmente el libro de Apocalipsis, capítulos 13 al 17, nos alerta sobre los riesgos de poner la esperanza en alianzas entre poderes religiosos y políticos. En la Biblia, el mensaje es claro: el reino de Dios no está asociado a los reinos temporales de este mundo, nuestra esperanza trasciende cualquier gobierno terrenal.
Apocalipsis 13 presenta dos bestias que simbolizan poderes políticos y religiosos que, en última instancia, se unen para perseguir a los que eligen seguir a Dios de acuerdo con su consciencia. El primer poder emerge del mar y representa un gobierno con pretensiones religiosas y una postura opresiva. El segundo surge de la tierra, con una apariencia de cordero, pero que después habla como dragón y engaña a muchos por medio de una alianza aparente con valores espirituales.
Esos capítulos no son solo advertencias contra un futuro régimen totalitario, sino que también revelan una tendencia que se repite a lo largo de la historia: la unión entre Iglesia y Estado, que resulta en la pérdida de la libertad religiosa. En el capítulo 17 de Apocalipsis, esa unión se potencia con la figura de “Babilonia”, un poder religioso corrompido que colabora con los reinos de este mundo para ejercer control y dominio. Ese poder está representado por una mujer montada en una bestia, y revela la asociación de lo que debería ser sagrado con el deseo de poder político.
El 6 de noviembre apenas amaneció y muchos cristianos celebraron la idea de un gobierno en los Estados Unidos que apoya valores cristianos, especialmente en tiempos de crisis moral y social. Por otro lado, creo que es importante analizar cómo trató Jesús con el poder político. Cuando estuvo en la Tierra, rechazó la corona humana, afirmando que su reino “no es de este mundo” (Juan 18:36). Él rechazó el ofrecimiento de Satanás de gobernar los reinos del mundo en el desierto de las tentaciones (Mateo 4:8-10), mostrando que el reino de Dios actúa con principios diferentes a los del poder humano.
La historia de la iglesia está llena de ejemplos de cómo la unión entre religión y política corrompe ambos lados. Cuando la iglesia hace alianza con el Estado, la tentación de ejercer el control sobre las consciencias e imponer una versión institucionalizada de fe es la consecuencia. Esa alianza puede hasta parecer buena a corto plazo, pero, a lo largo del tiempo, sacrificará la libertad y la espiritualidad genuina en nombre de un poder que es pasajero y opresor.
Reconozco que, aunque existan gobiernos que adoptan políticas que benefician la libertad de culto, nuestra misión no debe depender de alianzas con poderes políticos. Nuestro llamado es transcendente, y nuestra esperanza está en la venida de Cristo y el establecimiento de su reino eterno, no en cambios políticos. Poner nuestra fe en líderes humanos, aunque parezcan promover valores cristianos, es olvidar que nuestra lealtad final pertenece al Dios eterno, no a los sistemas temporales.
Apariencias engañosas
Las profecías de Daniel y Apocalipsis muestran que el poder religioso aliado al poder político puede llegar a ser tirano. En Daniel 3, vemos un ejemplo en que el poder civil intentó forzar una práctica religiosa específica. Sadrac, Mesac y Abednego recibieron el desafío de comprometer su fe en favor de una obediencia al gobierno, pero resistieron y demostraron que la lealtad a Dios debe permanecer inalterable, aun ante la persecución.
No tengo dudas de que, así como en los días de Daniel, el futuro traerá desafíos a la libertad religiosa, cuando aparentes “valores cristianos” sean impuestos por fuerzas que buscan el control, no la santidad. Ese es el peligro de confiar demasiado en gobiernos que dicen promover el cristianismo; muchas veces, esos sistemas buscan modelar la religión a sus propios intereses para mantener el poder.
En los años en que estuve al frente del departamento de Libertad Religiosa de la Iglesia Adventista para ocho países de Sudamérica, fui un defensor incansable de la separación entre Iglesia y Estado como una protección importante para que la fe genuina crezca sin imposición. Solamente con libertad el amor a Dios y la fidelidad pueden ser auténticos. Cuando el gobierno asume el papel de guardián de la fe, la religión corre el riesgo de formar un conjunto de reglas impuestas y vacías de significado espiritual.
Esa separación no significa rechazar la fe o los valores morales, sino garantizar que la religión sea un compromiso voluntario. Dios nos creó con libre albedrío y nuestra adoración a él solo es verdadera cuando se hace por elección personal. Por lo tanto, la Iglesia debe mantenerse independiente de influencias políticas, manteniendo su foco en Cristo y en su reino eterno.
El papel profético de la Iglesia
Jesús dejó claro que su reino no pertenece a este mundo (Juan 18:36). Nuestra esperanza no está en reformas políticas, en figuras públicas o en gobiernos temporales. El propósito final de la Iglesia es preparar el camino para el reino eterno que Cristo establecerá en su segunda venida.
Como adventista del séptimo día recibí el llamado de proclamar este mensaje profético, para recordar al mundo que los reinos terrenales pasarán, pero el reino de Dios permanecerá para siempre. La búsqueda de un gobierno que defiende valores cristianos no sustituye la misión dada por Cristo. Es necesario alertar a todos sobre la inminencia de su regreso y los peligros de las alianzas entre poderes religiosos y políticos. La batalla del Armagedón descrita en Apocalipsis 17 y las advertencias proféticas nos recuerdan que las fuerzas del mal intentarán establecer su control, pero nuestra confianza debe estar únicamente en Dios. El resto es ilusión, nada más que eso.
Recordemos que el reino de Dios no se confunde con el poder político y no depende de legislaciones o políticas públicas. Nuestra fe trasciende cualquier sistema humano, y nuestro llamado es predicar la esperanza en Cristo y su venida.
Así como las profecías lo indican, vendrá un tiempo en que el mundo se volverá contra los que permanecen leales a Dios. Nuestra misión es testificar del reino eterno, sin ceder a las tentaciones del poder terrenal. Mientras caminamos hacia el cumplimiento de las profecías de Apocalipsis, cada uno de nosotros siga con la mirada fija en Cristo y la promesa de un reino que no tiene fin. ¡Maranata!
Autor: Rafael Rossi
Fuente: Noticias Adventista Sudamérica